II ?

Todo el mundo, (incluso yo) se queja; de los relojes, del calendario, del tiempo, de las circunstancias, de los apurados, de los lentos, de lo fugaz, de lo paulatino, de las oportunidades, de las puertas cerradas, de esto, de aquello, de lo otro, de mi, de ti, de todos. Si llueve, si hay sol; del frío, de las nubes, del otoño, la primavera, el verano, el invierno. De las bufandas, los guantes, los gorros; Los resfríos, los remedios, los doctores, las esperas, los llamados, los análisis; las cuentas, fin de mes, los regalos; los festejos, las fiestas. Los cumpleaños, crecer, vivir, morir. Podría seguir una lista infinita y aún así no llegar a enumerar todo por cuanto me quejamos, se quejan y te quejas, y que poco equitativa es la lista en la que estas quejas se vuelven los condimentos de mi vida, de tu vida, de sus vidas. 









* Luego de pensar que nunca voy a dejar de quejarme, noté que ya no lo hacia, y estaba reconociendo que aquello de lo que reniego a diario, es lo que hace que cada día tenga algo nuevo que decir, que mi afán de llegar donde quiero no es solo eso, sino una conjunción deliciosa para ser sobrellevada, una descarga para sacar lo malo y perpetuar lo puro y mirarse uno mismo sabiendo lo que queda dentro. La queja está instaurada, pero nadie determinó con que fin.

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